2 de octubre.

—¿Olimpia? No, es Olivia, ¿no? Olimpia es una ciudad de Grecia, Olimpia es el nombre del batallón paramilitar del 68. No, es en serio. Es Olimpia, quien con una sonrisa, se esmera cada vez en que la espuma de la cerveza que sirve, quede lo más delgada posible. La noche cae tranquila sobre la terraza y la tenue luz de las velas ilumina lo indispensable como para que el entorno desenfocado se sienta sutil y grato. Incluso vendedores y músicos ambulantes llegan a pasar desapercibidos.

Propiamente dicha, la historia comienza el martes a mediodía. Con una conversación de apenas par de líneas casuales, apenas indispensables. Sin embargo, la elaborada ocurrencia sobre la tergiversación dolosa del título de esta entrada comienza por la mañana, cuando burócratas de menor ralea buscaban la lista que da testimonio administrativo de su llegada a un nuevo día laborable. —¡Uta! No está; hay que ir firmando en una hoja blanca, ¿no? ¡No vaya a ser el diablo! Veamos. Hoy es... hoy es... hoy es dos de octubre no se olvida, ¿cierto? ¡Porque casi lo olvidaba!




Martes. La víspera de un fin de mes como cualquier otro. Hay que hacer toda suerte de malabarismos financieros; la tarea de acomodar actividades en el calendario parece más un sudoku hardcore, que lo simple que termina por ser. A esta altura, y aunque su presencia no llega a incomodar, el agobio se limita a guiñar un ojo cada vez que puede.

A la mitad de eso, una conversación casual; ¿El viernes? —Sí, es correcto. ¿A qué hora? No sé, lo sabré después. Bueno, dale. El momentáneo cruce de prisas no deja tiempo para más detalles. Tampoco es que hagan falta: con tantas cosas "serias" que planear, elegir el camino de la improvisación es admisible. Las ciudades grandes ofrecen un amplio abanico de cosas para hacer.

Llegado el momento, y sin más parámetro que intentar evitar las zonas de denso tráfico, los caprichos de lo aleatorio comenzaron con los boulevards afrancesados y fachadas art noveau de la Colonia Roma. El tiempo parece haberse detenido, hasta que Olimpia trae la cuenta, sin dejar de sonreír. A la noche aún le quedan horas; la imaginación adereza el resto. Compartir un recorrido con el personaje de un cuento que has leído hace tiempo, hace que todo lo que siga sea una sorpresa. Segundo acto: Los milagros se venden en la caja, y se cambian por cerveza, en una suerte de kermesse surrealista al cobijo de un nopal de hule espuma. Cuando Depeche Mode degrada en Café Tacuba, aún el ambiente es propicio; el subsecuente random mental del individo designado para elegir la música del lugar, no hace otra cosa que invitar a continuar con el camino. Tal vez quedan demasiados lugares elegibles. Pero en ese momento, lo que más ajusta es edificar el propio. Sólo es cosa de conseguir otro tanto de cerveza, y dejar que las palabras paulatinamente agoten y cedan su lugar a esos silencios de gusto exquisito. Hacer una versión del mundo en un instante es otra vez plausible.

Los que de eso saben, dicen que la cerveza que se entibia y se vuelve a enfriar, se "quema". Es algo que tiene que ver con los hongos unicelulares de la levadura, o de la malta. Tiene sentido, claro. Pero según yo, en esto influyen más el oxígeno y la luz, que la temperatura en sí; una cerveza guardada en un lugar oscuro como un barril o una lata, está un poco más protegida que una en botella. Tras una semana de permanecer de nuevo fría, el efecto negativo debería ser imperceptible. Como un asunto completamente íntimo y personal, decidí destapar las leonas, y otra vez dejar que su sabor me recorriera no sólo la boca, sino el cuerpo entero. Su gusto no ha cambiado en lo más mínimo. Celebro mucho que así sea. :)

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