Desafíos.

Nos miramos fijamente.
Ella desenfunda un lápiz
con su zurda inapelable,
y yo esgrimo mi bolígrafo.
Vuelan nubes de grafito y corre tinta.

Mi hija y yo nos tomamos esto del dibujo como algo muy en serio.

Malogrado

(Aquí yacen los restos de una entrada que quedó atrapada en los caprichos de la tempestad y de la calma, del viaje y del retorno, de la zozobra de palabras que no aprovecharon el momento oportuno de escapar).

Lorem Ipsum (I)

Tengo ganas de mirarme en tus ojos y quedarme perdido allí. De rodearte con mis brazos y que no te vayas nunca; llenar los huecos que hay entre mis dedos con los tuyos, y recorrer tus laberintos; encontrarnos en un sueño donde no somos extraños. Despertar con el sabor de tus labios en los míos, y saber que a pesar de la distancia no te has ido. Desnudarte de palabras con un beso que podamos conservar y no tengamos qué leer.

Princesas

Hay días en los que me visitan los recuerdos de princesas que habitan esos cuentos con capítulos de 140 caracteres que ni siquiera me sabía.

(I)
La princesa llegaba tarde a todas partes. Se quedaba un momento y luego se marchaba. No dejaba más rastro que su olor impregnado en tu ropa.

(II)
Aparecía y desaparecía silenciosa por la casilla de cada recuerdo que tenía vigente sobre un interminable tablero de serpientes y escaleras.

(III)
Vertía en cada una algún recuerdo nuevo sobre este viaje que terminaba al visitar de nuevo el lugar que había servido como punto de partida.

(IV)
Soltaba entonces su cabello y se tumbaba en el sofá mientras destapaba una cerveza y miraba a sus serpientes devorarse al conejo de la luna.

¿A ustedes no les pasa que colocan una coma en el instante que se les acaba el aire en vez de colocarla en el sitio exacto donde debería ir?

Moebius

Primero estuve temeroso de cruzar la frontera de los nombres. Mis monstruos siempre lo han tenido, y si nunca mencioné el de ninguno, fue porque nada me habría hecho sentir más vulnerable: por paradójico que parezca, internet es un lugar sorprendentemente pequeño.

Todos los pretextos que ocupé anteriormente al escribir se han agotado. Comencé sin más propósito que desahogarme; luego, pensé en describir mis emociones con la misma intención con la que Hansel y Gretel dejaban migajas para poder encontrar el camino de regreso, o con la de jugar en el futuro al paleontólogo que visita sus propias ruinas para entender un poco de su historia. A fuerza de uso, todas las ambigüedades que surgieron de mis letras fueron confluyendo hasta volverse personajes bastante definidos quienes —como era previsible—, terminaron rebelándose y proclamando su independencia de mí, de mis angustias, frustraciones, obsesiones e ilusiones más arraigadas. La mayoría de ellos se marcharon sin decir adiós siquiera.

Tiempo después, les ha dado por venir a visitarme, y me miran con la misma curiosidad que yo tenía planeada para ellos. Como si me disecaran para estudiarme y obtener sus propias conclusiones. No obstante las madrizas que me llevé, sigo prefiriendo redactar soliloquios en vez de preguntas concretas; sigo teniendo la capacidad de quedarme por horas absorto en el misterio que se asoma a través de una ventanita de internet. Sigo transitando esa cinta de Moebius, que me devuelve siempre al principio. Mis monstruos me miran intrigados. No los culpo. Ellos han cambiado muchísimo. Yo sigo siendo exactamente el mismo.