Cuando la fortuna te sonríe al llevar a cabo algo tan violento y feo como la venganza, es una prueba irrefutable no sólo de que Dios existe, sino de que está cumpliendo su voluntad.
—Kill Bill, Vol. 1
Iniciar una entrada con una cita sobre la venganza, podría ser tomada por alguno de los supuestos lectores de esta bitácora (aclaro que mis lectores son tan imaginarios como el resto de mis mostros; por eso me dirijo a ellos con tanta confianza) como que mis odios y rencores más profundos se han vuelto activos, y que mi retorcida mente trama algo diabólico...
Todos mis mostros —al menos los más violentos— saben que no hay mejor venganza que la que no se planea. Saben que intentar algo tan profusamente mundano, no sólo los rebajaría al status de simples entes caprichosos, dejando fluír su rencor libremente como una forma de alivio, sino que además los condenaría a tener un fin, y por ende una posible conclusión. Alguna vez leí, que el rencor es necesario. Que de otra forma, los que nos hayan hecho daño se habrán salido con la suya. Pero vaya, el rencor es una bestia tan vulgar, que ni siquiera merece estar hacinada en el zoo de mis divagaciones...