Monstruos


Estoy cansado, claro
porque a esta altura uno tiene que estar cansado.
De qué estoy cansado, no lo sé;
y de nada serviría saberlo,
porque el cansancio seguiría igual.

La herida duele porque duele,

no en función de la causa que la ha abierto.
 

—Fernando Pessoa


Perdí la cuenta de hace cuánto comencé con esta bitácora, toda vez que mis motivos iniciales comenzaron a esfumarse. Luego me di cuenta que todavía había cosas que seguían dándome comezón, como a veces pica una costra seca justo antes de volverse cicatriz. Comezones que tuve a bien llamar mis «mostros», y que fui haciendo mías a base de apego y desolvido.

Comencé a escribir como única salida y como último recurso, y fui llenándome de letras; letras que se me prendieron a la piel, y comenzaron a devorarme hasta la carne. No sé cómo, ni en qué momento, si pasó de súbito o gradualmente, pero fui volviéndome uno de esos monstruos sobre los que tanto escribí antes, a los que tanto maldije, de los que tanto me quejé amargamente. Esta noche tiré la primera mordida. No sé qué va a ser de mí ni de mi blog a partir de este momento.

Epistolar



 Lo que ocurre es que a que de amor jugamos a morirnos muchas veces. Y escribir es sólo el recuento de nuestras muchas bajas en combate. Esta es una transcripción de una secuencia en Twitter.


Esta es una carta de amor. Pero no del amor que habita en los cuentos y que triunfa ante las circunstancias más ridículamente inverosímiles.

Esta es una carta de amor. Pero no de aquel amor que se llena la boca con metáforas y figuras literarias habitualmente condenadas a la nada.

Esta es una carta de amor. Pero no una carta escrita desde esa tibieza disfrazada de vorágine o de una gris pasividad ataviada de quisieras.

Esta es una carta de amor. Pero no una carta que intente describir cómo me haces sentir cada vez que me apareces o cada vez que te conectas.

Esta es una carta de amor. Hecha con tuits de exactamente 140 caracteres y ni una sola coma porque no sé otro modo de decirte que me llenas.

Comienzos

Puedo pasar una tarde mirándola y media vida pensándola; puedo quedarme absorto en la manera de sus ojos de tañir el horizonte, arellanarme en su modo inapelable de espabilarme la sonrisa con su súbito, y dejar a mi tiempo tendido en el jardín de sus letras febriles.

Hasta aquí todo es muy fácil; mi problema comienza cada vez que intento describirla, cada vez que intento desarmarla para ver de qué está hecha y comprender cómo es que se volvió una tempestad sobre mis ganas de lloverle. Cómo tira del gatillo cada vez que me saluda, cómo imposta su prosodia cada vez que se despide; cómo es que despide ese aroma a manzanilla y primavera que fascina a cada uno de mis años. Cómo amanece conmigo su risa de trigo y canela, cómo le sueño su aura de auroras boreales de cielo nocturno.

No sé bien qué voy a hacer con las ganas que le tengo, siendo que ya comenzaron a fugarse a través de mis fisuras, en los huecos de las tablas aprendidas a lo largo de la vida que por ahora me contienen. No sé qué será de mis palabras, tan desprovistas de aristas a golpe de paso del río. Por ahora quiero que sepa que me brota su silueta como manantial entre mis piedras, que usted aparece y se parece a todo lo que sueño, y que ya he comenzado a quererla, como se quiere a los comienzos que nos mojan las orillas.