A veces escribo


Rara vez acomodaba sus palabras con soltura, pero de algún modo conseguía parecerse a aquello que escribía.

A veces escribo no porque tenga algo interesante que decir, sino porque —como dijo Monterroso— en ciertas postergaciones puede pasársete la vida. A veces escribo porque necesito hacer un retrato del mundo; de ciertos instantes en el mundo que quiero quedarme en las manos. A veces simplemente lo hago como una forma de mimetizarme con aquello que va quedando de mí.

A veces escribo para evitar mis circunloquios orales, y para cobijar a mis palabras más recién llegadas; a veces lo hago porque la tinta es infinita y la saliva no. A veces escribo ligero para dejar que el viento desordene mis ideas y las lleve a donde quiera, y a veces lo hago de forma fangosa para llenar con letras todas las fisuras de silencios encarnados, para quitarme de la punta de los dedos esa picazón que me provocan. Rara vez escribo con reservas, por más tiempo que lleve apertrechando mis palabras.

No siempre lo hago con ímpetu o frenesí, pero siempre siempre escribo con ganas. Pero sobretodo, escribo menos con la intención de que me leas, y más con la esperanza de que un día te me salgas.