Quicio

Veo que mi tristeza no está ni cerca de marcharse. La escucho, la acompaño, pero no puedo ocultar mi hastío. Y eso parece gustarle, porque arrecia apenas intento poner mi atención en otra cosa. Llegó hace unos meses, se quitó los zapatos y subió los pies al sofá. Hurga en mi alacena y mi refrigerador. Me descompone las cosas, me las cambia de lugar. La gente alrdededor mío insiste en que la eche, en que no es justo tenerla ahí, quitándome el espacio, rompiéndome la espalda y drenando mi energía. Pero no es tan fácil como parece. Se levanta temprano conmigo, me sigue al trabajo, a la hora de la comida, al tráfico de la tarde. La miro por el retrovisor. Entre mis manos, los ratos que no puedo más y hundo mi cara en ellas. En la solapa de mi saco, en mi hombro, en mi almohada. Y así es un día tras otro tras otro tras otro.

He planeado echarla, sí. Sacarla con cuidado cuando duerme y luego cerrarle la puerta con seguro. El problema es que hay una persona con nombre, avatar, arroba y apellido bajo el quicio de esa puerta. Ya ni siquiera cuento cuánto lleva allí, pero por lo que veo no va a quitarse pronto, porque adentro hace mucho calor y afuera demasiado frío. O quizá es al revés. El asunto es que está jugando con la hoja, y yo ya estoy cansado de escuchar llorar a las bisagras.

Uno más

A mi ego le pesa admitirlo, pero soy uno más. Uno más en una lista de personas con las que se puede intentar cubrir una ausencia o llenar un vacío. Uno más en la lista de personas temporales con las cuales mitigar el miedo a la soledad. Uno más en un esquema del que no estuve enterado. Uno más que se creyó ese cuento de que era especial y diferente, esa mentira dulce y bienintencionada de que era único y que llegó para quedarse.

A mi amor propio le pesa admitirlo, pero soy uno más. Otro pendejo cuyo nombre salió de la tómbola de lo fortuito, otro más que se compró la idea de que podía empezar a construir un parasiempre. Otro más que creyó estar a salvo en la trinchera de un nosotros, otro más que terminó tragándose su rabia y rumiando su dolor. Otro que creyó en los muchos nombres del amor, en que las distancias son salvables y en que lo imposible sólo tarda un poco más.

Me siento muy pendejo y vulnerable. Tengo muchas ganas de llenarme la boca de insultos y maldiciones, pero hasta en eso sería yo uno más. Tienen en común el amor y el perdón que no pueden pedirse o darse; que no vienen cuando los buscas o cuando más los necesitas. Que uno no tiene albedrío sobre ellos; que puedes prometerlos u ofrecerlos todo lo que quieras, pero siempre vienen a su tiempo y a su modo. Y puede ser que ni siquiera los notemos sino hasta que ya es demasiado tarde.

Elijo hacerme cargo de mi duelo, elijo trabajar mi frustración. Elijo desconectarme de todo lo que me hace daño, elijo no vivir bajo la losa del qué hubiera pasado si. Elijo ser siempre suficiente, elijo no culpar a otras personas por todo lo que me duele y me lastima. Elijo no usar el pasado de pretexto, elijo seguir confiando en las personas importantes. Estoy dispuesto a equivocarme todas las veces que sea necesario. Quizá seguiré siendo un pendejo, pero renuncio a ser su pendejo. Al final del día, no voy a dejar de ser uno más para un montón de cosas; lo que es un hecho, es que prefiero serlo en lo que suma.