Es curioso. No importa cuánto tiempo pase, cualquier indicio de presencia, cualquier atisbo, por más mínimo que sea, de que allí estás, se me vuelve un revulsivo. Hace que se me descomponga todo.
De haber nacido en otro siglo, probablemente miraría el cielo todas las noches. Viviendo bajo la nata gris de mi bienamada y ultracontaminada ciudad, he de ahorrarme tan inútil gesto. Simplemente, las estrellas no se dejan ver. Afortunadamente existe el Google Earth, que me permite mirar la tierra desde el cielo. Y recorro siempre las mismas rutas; tanto que ya ni siquiera necesito las capas geográficas de nombres para saber en dónde estoy. No es tiempo todavía, pero sé que incluso hay respuestas que aún no están en Google...