Comienzos

No sé por dónde comenzar. Acomodarle el cabello detrás de las orejas, como quien abre una cortina en la mañana para que su mundo interior se llene de sol sería una opción, de no ser porque casi siempre lo lleva fijo con un broche sencillo, sin más pretensiones ni ornamentos. Tendría que intentar no tambalearme cada vez que me descubro de cabeza en lo convexo de sus ojos, mientras hago como puedo para que mis ganas de besarle la sonrisa no se vuelvan evidentes y me arruinen la sorpresa. No sabría si contarle cómo últimamente se ha vuelto el epicentro del temblor en mis rodillas, o dejarme arrastrar por el tsunami que desata cada vez que apoya su barbilla en mi clavícula y su hálito se vuelve tempestad en mis oídos.

Estoy a nada de rendirme ante ese incontestable olor a primavera que desprende de su piel, y que de paso me desprende de la espalda todos esos años que supuestamente le llevo de ventaja, toda vez que ya asumí que prefiero derrumbarme en el intento antes que naufragar en la renuncia de llegar a salvo a la orilla de una isla perdida en las aguas apacibles de mi zona de confort. Tiempo habrá de sobra para que luego los pedazos se reunan y se puedan contar lo sucedido. Sólo sé que debo comenzar, así no sepa todavía cómo.

Brevedades

Me enamoré del personaje que ella construyó en internet. Hasta ahí todo bien. El problema fue cuando hice todo lo posible por franquear esa barrera que separa la realidad de la ficción. Compré un billete de avión, y fui a buscarla. Llegué hasta la puerta de su casa, pero ella nunca abrió. Sentí que había vuelto con las manos vacías. Aún sabiendo que lo mejor era no hacerlo, de ahí en más la seguí buscando, como quien busca a alguien que le debe algo que sabe que no puede pagar. Y ella estuvo allí, como quien sabe que no puede pagar, pero tampoco quiere renunciar a su adeudo. Años después ella vino, y por fin la vi en persona. Ya no hablemos de finales; creo que la historia habría merecido un epílogo bastante menos gris que lo que en realidad ocurrió esa mañana.

Derramé algunas lágrimas y muchas letras antes de poder contar la historia así de simple, así de llana. Internet es un lugar tan sorprendentemente pequeño, que escribir sobre ello siempre me hizo sentir absolutamente vulnerable. Incluso yo nunca le di vuelta a la página. Fue la página quien me la dio a mí.