Lecturas

A veces leer a las personas duele tanto, que es casi imposible prestarle atención a lo que escriben.

Dicen que escribir sana. O que cuando menos restaña, exorciza, desata. Y yo les creo. Por eso escribo. También dicen que leer nos lleva hacia otros mundos. Que leer es una puerta, una ventana. Que quien lee se sabe acompañado.

Sin embargo, a veces uno lee como quien asiste al colapso de una historia. Se busca con desesperanza —o desesperación— en cada palabra, en cada imagen, en cada espacio que queda entre las letras. Como buscándole el recazo a las palabras, como con ansias de entender el laberinto, como ahogándose en lo exiguo y la aridez de los contextos. Sabiendo que duele mucho más allá de lo que la semántica presenta.

Tiene días que yo ya no puedo más con toda esa lectura. Con todo lo que aplasta en su aparente indiferencia, con todo lo que abruma en su inocente laxitud. Con todos los resabios en las vueltas de página que caen encima de improviso, con todo lo jodido que son las narrativas que de súbito te excluyen. Al final sólo soy un personaje a merced de tu relato. Lo difícil es que sigues sin llevarte tu omnisciencia.

Esquemas

Total que la vida no es la misma cuando le faltan las personas a las que uno dejó entrar. Pero bueno, se asume el riesgo. El tema es que algunas entran sin permiso. Llegan y se instalan hasta los sitios más recónditos del dentro. Dejan su olor por todas partes. Inoculan ideas, cambian emociones y pensamientos de lugar. Abren puertas y ventanas, vacían tus cajones y para cuando te diste cuenta estás ahí, reconfigurando todo eso que dabas por sentado. Y entonces se marchan.

Desde luego, lo primero que uno nota son los huecos. Pero está bien, mira. Gracias a esos huecos es que hay espacio para todo lo que ya se está reacomodando. El problema es que por ahí tambien caben los monstruos. En especial aquellos que te dicen que has dejado de ser parte del esquema. Que el universo tiene un orden y que tus circunstancias no son compatibles. Que quizá nunca lo fueron. Que estabas siendo una excepción, un fallo que está por corregirse. Que vacilar es una soga, que ciertas equivocaciones son imperdonables. Que rompes todo lo que tocas, que ni un día más de ese relato, que ni siquiera quedan ganas de leerte.

Sé que por lo general las cosas no son tan como ellos dicen, pero en ciertas ocasiones es difícil sostener todo el vacío por uno mismo. Irse puede ser una manera muy violenta de quedarse.


Tras el humo

Alguna vez dije que «todo daña». Fue a propósito del cigarrillo, pero no sé bien por qué lo dije así, de manera tan torpe y apresurada. Todos los fumadores sabemos cuánto daño nos hace nuestro hábito. Desde fuera, parece que estamos eligiendo acercarnos a la muerte. Que estamos desestimando el daño que le hacemos a los que nos rodean. Que somos egoístas. Que pueden más nuestra adicción y hedonismo. Que intentamos escapar de algo. Que no queremos confrontar nuestra ansiedad. Que nos escondemos tras el humo.

Desde dentro, es todo eso que parece pero todavía más intenso. Amplificado y oscurecido por el eco y las tinieblas de nuestras cavernas interiores. Y de manera paradójica, eso es justo lo que hace que nos acostumbremos. Quizá a todos nos duelen muchas cosas. Cada vez que encendemos un cigarro, en el fondo de nosotros habita la ilusión de que un día vamos a poder nombrar lo que nos mata sin necesidad de respirarlo.

Migajas

No hay manera decorosa de romperse. Las habrá de desaparecer o de estallar, pero no conozco ninguna en la que encaje la ruptura. Algo ocurre cuando nos rompemos. No es sólo la pérdida de la cohesión entre nuestros fragmentos, sino reconciliarse con todos esos pedazos que somos. Con irlos reencontrando en medio del desorden. Con volver a prometerles que todo va a estar bien, con hacerles creer que volveremos a ser ellos. Con recogerlos todos, absolutamente todos para evitar el riesgo de que se conviertan en migajas.