En casa

Esta tarde estuve mirando fotos. Pensé un poco en cómo la tecnología ha hecho que hacer una foto sea algo tan accesible, que ya casi no nos detenemos a pensar en todo lo que fotografiamos. Disparamos sin cuartel, y luego vaciamos el carrete en algún banco de imágenes. Vamos, incluso Google puede ocuparse de ello sin que nosotros se lo pidamos. Luego, uno mira las fotos que irremediablemente le llevan a personas, a lugares, a momentos.

Epifanía

Estoy contento.

Ya sé, esto ni siquiera debería contar como entrada de blog, pero... me siento muy contento. Parecerá una nimiedad, pero para lo que han sido estos últimos meses, me hacía mucha falta sentirme contento sin motivos aparentes. Será que a veces tienes el corazón roto, pero te mueves y empiezas a sonar como maraca. Y a veces ese ritmo es toda la diferencia que necesitabas. :)

Abrazo

Desde luego, no es que uno «elija» sufrir, según esta frase que indica que el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional. Es más bien que uno se tropieza por ir caminando a tientas, intentando no soltarse y aferrándose a cosas que quizá hace mucho dejaron de sostenerte.

Creo que estos dos meses han tenido todo que ver con eso; sigo aferrándome a un lugar en el que fui feliz, pero que hace mucho ya no existe. Y la verdad es que mi felicidad era pequeñita y estaba medio rota, pero creo que así me gustaba. Todas las veces que quise asomarme a ver cómo eran otras, descubrí que sí, que todas son falibles, que todas son efímeras y frágiles, que todas mueren y renacen en lugares del corazón que ni uno mismo se conoce. Uno se acostumbra a aquellas en las que murió más veces, en las que se rompió en más pedazos, en las que todo alrededor parece conocido.

Siempre he dicho que soltar no es la panacea de nada, y que el apego será todo lo malo que uno quiera, pero a veces es lo que mantiene a tus pedazos juntos. La cuestión es que luego de un rato de abrazar a la nada, te das cuenta de que si aprietas un poco más, terminas abrazáondote a ti mismo. Y eso, por más cursi que resulte, suele ser de mucha ayuda.

Gástrico

No sé si estoy eligiendo sentirme miserable, o sólo estoy renuente a buscar ayuda profesional. Estos días me he dicho un montón de mentiras con respecto a mi duelo. Hace mucho rato que yo no era feliz ni ella tampoco. Pero el orgullo es grande y cuesta tragárselo. Cuesta digerir el hecho de que las personas cambian y no se ajustan más a lo que alguna vez tuvieron. Cuesta pensar en todos los años que estuvimos sosteniendo desde el abandono y el desdén. Y por supuesto, cuesta afrontar el hecho de que estás extrañando a alguien que ya no existe.

Estoy siendo egoísta y también me cuesta admitirlo. Todavía no puedo pensar desinteresadamente en el bienestar de alguien de quien alguna vez se trató mi vida. Y me he puesto todos los pretextos del mundo para justificar que esto me duele, me pesa y me rebasa. Pasa que cuando te está llevando la chingada uno busca un asidero, no importa lo endeble o inasible que este sea. Tiene semanas que no estoy para nadie, ni siquiera para mí mismo. El mayor problema que tiene construirse una trinchera, es que dejas de ver el mundo que hay afuera. Y cuando asomas la cabeza, ese mundo ya no se parece al que dejaste.

Según las leyes del karma, no tengo nada que hacer, decir o protestar. Quizá ni siquiera nada por lo que luchar o qué recuperar. Dicen que «debería alegrarme», pero definitivamente lo único que me salen son balbuceos y patadas de ahogado. Siento una mezcla entre el terror y la rabia. Siempre me costó abrazar los cambios. En especial cuando estos tienen espinas. Soy una criatura a la que le cuesta muchísimo adaptarse al desapego. Mientras todo esto sucede, ya son varios días en los que no puedo conciliar el sueño. Sé que la vida sigue, pero a veces sigue sin ti, y no queda más que mirarla desde lejos y pensar en perspectiva. Uno conoce bien los ingredientes de su derrota. El problema es que el ego en la boca estorba mucho para masticarlos.

Premoniciones

Digamos que uno teme que las cosas sucedan, y entonces suceden. Queda un hueco ahí. Digamos que haberlas previsto no hace que duelan menos. Se siente ese pequeño vértigo, esa punzada en el estómago de cuando ves que las cosas van a caerse, se caen, y no puedes hacer nada para impedirlo.

Uno nunca está preparado para ciertos duelos. Uno puede razonar todo lo que quiera, pero al final lo que falta está ahí, gritando su vacío a voz en cuello. Sigo sin poder abrazar los cambios. En especial cuando vienen con espinas. Uno está por ahí, intentando reconstruírse, como si esos soplos del destino no tuvieran la virtud de derribarlo todo. Sí, claro. La fábula habla de que por eso hay que hacer una casa de ladrillo, pero no siempre se tiene tiempo para hacerlos cuando se está a la intemperie. Quiero creer que todo lo que duele va a sanar, y que todo va a arreglarse para bien. El tema es que mientras todo eso sucede, otra vez hay que revisarse los pedazos y limpiarles los hubieras. El futuro es una cosa que siempre va muy lenta, hasta que de verdad ocurre.