Cenicienta, de nuevo.

Si algo disfruto mucho de Matilde, es que suele ser muy constante con sus alegorías. Ya me había detenido con la magia de la humilde muchacha, que un día decide librarse de las ataduras, y huír a un mundo salvaje que terminó devorándola.

Quizá algo que no contemplé, es que la chica volvería, a hablar con eco, a seguirme contando sus historias, a volvérseme un mostro más, otra vez prestado...