Un lugar en el mundo

Creo que cuando llevas años en el fango, la primera vez que pisas tierra firme lo haces con cierta desconfianza. Llevo días sintiéndome más y más tranquilo. Y quizá ese ha sido mi único mostro de estos días: el que me sugiere que sospeche, que no todo puede estar tan bien, que sin duda algo no tarda en romperse.

Me gusta mucho estar y sentirme en casa. Tengo todavía varios pendientes, pero ninguno es apremiante. A veces pienso que sucedió tan rápido que no me he dado chance de sentarme a disfrutarlo, pero luego de elaborarlo un poco más, noto todo el tiempo (y la chinga) que me tomó llegar a esto. No me gusta pensar que estoy reconstruyéndome, sino más bien que he estado transplantándome. Estas últimas semanas se trataron no sólo de hacerse de un mejor espacio, sino de dejarlo lo bastante grande y sólido como para que todo lo que echa raíz pueda crecer.

Tengo muchas ganas de empezar a construir el mundo. Como siempre, como cada vez que la vida se acomoda. Tengo ganas de escribir y de cantar. De bailar y de hacer todo lo que siempre he hecho con mi tiempo. Tengo al fin un sitio en el que me siento muy seguro y muy tranquilo. Hace no mucho pensaba que hay veces en las que vale más estar tranquilo que ser feliz, pero creo que no me daba cuenta lo mucho que tienen que ver una cosa con la otra. Ya no hace falta recoger migajas, ni soñar en todo eso que sólo ocurría a través de la ventana. Luego de algunos años de sufrir la impermanencia, cada vez me siento más en mi lugar. Y eso me tiene muy satisfecho y muy contento. :)