Un lugar

A veces tengo ganas de guardarte en un lugar cálido de mi memoria. Pienso que ahí estarás bien, a salvo de todas las aristas y asperezas que involucra el tedio de lo cotidiano. Pero luego pienso que quizá no te sentirás tan cómoda. Que quizá sea demasiado calor, que el bochorno haga que abras las ventanas y por ahí se fuguen hasta las cosas que había estado guardando para mí.

Se me ocurre también que podría intentar el frío del olvido. Ahí las cosas pueden conservarse por tiempo indefinido, aunque se vuelvan duras y parezcan diferentes. El problema es que de una u otra forma vuelven. Y podrían pillarnos siendo otros y tal vez ya no nos reconozcan.

Desde luego, también pensé en la posibilidad de dejarte vagar a tus anchas por mi cabeza. De cualquier manera estás en tantas formas, que es inútil pretender que conserves un lugar en especial. Que no dejes rastro, que no desordenes todas las ideas y pensamientos que yo ya daba como hechos. Que no me cambies el sentido, que no tenga que dibujar un croquis para no perderme entre todo lo que me volví desde que tú.

Tengo ganas de guardarte como si pudiera. Como si la memoria fuera una hoja en blanco. Como quien elige qué es lo que se escribe. Como si los sueños se trataran de lo que uno quiere y no de lo que uno es. Como si supiéramos qué hacer con cada parte de ti que se quedó conmigo y viceversa. Como si no supiéramos que hasta para la eternidad hay siempre una primera vez.

Querido blog

Hay muchísimas maneras de justificar el abandono. La mía, aparentemente ha estado en el título: «monstruos (o bueno, "mostros", porque la palabra no estaba disponible para la url) personales» me hacía saber que aquí podía verter todo eso a lo que llamo inenetendimiento. Cada vez que no supe a dónde acudir, o en dónde desahogarme, esa marquesina cambiante, con dibujos que hice entre los 20 y los 25 años me llamaba, me acogía, me resguardaba. Me permitía entrar en contacto con todas esas criaturas producto de mi frustración y necesidad de cariño a las que llamo monstruos. Y ellos aquí han estado siempre. El que dejó de estar fui yo.

Escribir para sanar, me dije muchas veces. Quizá todas estuve enfermo de impotencia, de rabia, de tedio, de tristeza. Y si bien descubrí que escribir es un placebo, creo que es el más noble de todos. Y esta bitácora ha cumplido con creces su labor de estar ahí. A veces para ser leído sin necesidad de establecer un remitente, a veces para aquello de elaborar un mapa de cómo me he ido sintiendo todas las veces que amé, que sufrí, que reí, que lloré.

Asumo que los monstruos de debajo de mi cama y de adentro de mi cabeza ya son lo bastante grandes como para ir por sus propios rumbos. Así que casi sin darme cuenta los he dejado ir. Mentiría si digo que no estoy muy triste en este momento. Pero a diferencia de las otras veces, entiendo que todo lo que pasa por mi vida es para bien. Que todas las personas que me importan van a estar bien con el camino que han tomado. Que todo lo que duele sana, que todo lo que alegra se queda en un lugar muy especial del corazón. En este instante, siento un duelo tremendo por todas las ilusiones a las que me di permiso de pertenecer. No sólo no me arrepiento de nada, sino que además tengo confianza en el futuro. Confianza en que todo lo que existe de verdad se queda para siempre en un lugar que va más allá de la memoria o la nostalgia. Y eso, en medio de estas letras donde vivieron toda la vida mis analogías a las que llamo monstruos, es como un hada pequeñita que sonríe, aunque muestre los colmillos.