Gástrico

No sé si estoy eligiendo sentirme miserable, o sólo estoy renuente a buscar ayuda profesional. Estos días me he dicho un montón de mentiras con respecto a mi duelo. Hace mucho rato que yo no era feliz ni ella tampoco. Pero el orgullo es grande y cuesta tragárselo. Cuesta digerir el hecho de que las personas cambian y no se ajustan más a lo que alguna vez tuvieron. Cuesta pensar en todos los años que estuvimos sosteniendo desde el abandono y el desdén. Y por supuesto, cuesta afrontar el hecho de que estás extrañando a alguien que ya no existe.

Estoy siendo egoísta y también me cuesta admitirlo. Todavía no puedo pensar desinteresadamente en el bienestar de alguien de quien alguna vez se trató mi vida. Y me he puesto todos los pretextos del mundo para justificar que esto me duele, me pesa y me rebasa. Pasa que cuando te está llevando la chingada uno busca un asidero, no importa lo endeble o inasible que este sea. Tiene semanas que no estoy para nadie, ni siquiera para mí mismo. El mayor problema que tiene construirse una trinchera, es que dejas de ver el mundo que hay afuera. Y cuando asomas la cabeza, ese mundo ya no se parece al que dejaste.

Según las leyes del karma, no tengo nada que hacer, decir o protestar. Quizá ni siquiera nada por lo que luchar o qué recuperar. Dicen que «debería alegrarme», pero definitivamente lo único que me salen son balbuceos y patadas de ahogado. Siento una mezcla entre el terror y la rabia. Siempre me costó abrazar los cambios. En especial cuando estos tienen espinas. Soy una criatura a la que le cuesta muchísimo adaptarse al desapego. Mientras todo esto sucede, ya son varios días en los que no puedo conciliar el sueño. Sé que la vida sigue, pero a veces sigue sin ti, y no queda más que mirarla desde lejos y pensar en perspectiva. Uno conoce bien los ingredientes de su derrota. El problema es que el ego en la boca estorba mucho para masticarlos.