Ella

Otra vez tengo ganas de morirme con tal de no pensar. Pero tendría que pensar en mi muerte, que desde hace algunos días sospecha que la engaño con otra. La siento buscando a hurtadillas marcas en mi cuello, en mi espalda y mis muñecas cuando cree que estoy dormido. Entre sueños la escucho levantarse de la cama, dirigirse a la cocina, causar algún estropicio y maldecir en voz baja mientras el microondas termina con su cuenta regresiva. Enciende un cigarrillo y abre la ventana. No sé cuánto tiempo habrá pasado, pero sé que ha vuelto bajo las cobijas porque pone sobre mí sus pies helados y se envuelve con mis brazos.

Amanezco solo en la orilla de la cama. Tomo mi teléfono para mirar la hora y de paso para revisar las notificaciones. Todas las bandejas de mensajes están vacías, igual que las tres cuartas partes del clóset y casi todos los cajones. Debió haberse marchado muy temprano, cuidando no dejar rastro ni evidencia. Supe que era mi muerte porque le conté las costillas y también le faltabas.