Sin novedad

Sabes lo mucho que te extraño desde el otro extremo de la distancia que nos has impuesto. No es que no entienda por qué lo haces, pero sigue siendo difícil de digerir. ¿Qué sigue? ¿Jugar a dejar que el tiempo haga lo suyo? Espero que no estés intentando comprarte eso, porque sabes que no funcionará. Puedes pasarte la vida entera cambiando de escondite, poniéndole más ladrillos a tu muro, resignándote a que es lo que hay, pero eso no cambia las cosas.

Sé que no debería siquiera escribir sobre esto, pero no puedo simplemente encerrarme, y hacer como que nada pasó, porque créeme: sigue pasando. No, no es una 'espinita' ni un 'pendiente', no es como uno de ésos propósitos dicharacheros y ambigüos que se pueden postergar cada vez que sea necesario. Ya no ocupamos preguntas, reclamos, promesas, excusas. Sabes pefectamente a qué me refiero.

Los botones para 'publicar' y 'borrar' esta entrada, están uno al lado del otro. Normalmente dudaría entre estas dos opciones, porque sé que lo que decida no hace ninguna diferencia, y porque sabes que a ratos me agobia seguir en el limbo de lo tácito. Pero esta vez no escribo por desahogo, escribo porque sé que aunque no lo admitas, de cuando en cuando me lees.

Adyacente

De nuevo desperté en el desierto, en esa prisión sin muros en la que me tienes. Esa prisión que me hace creer que voy caminando en línea recta, y es hasta que me encuentro detrás de mis propias huellas cuando me doy cuenta que no es así. A veces quisiera que todo esto fuera normal; quisiera enojarme, sentir celos, y hacerte toda clase de reclamos infundados y pueriles, en vez de estrellarme contra el vacío que a veces causas, en vez de padecer tu silencio —sobretodo en las noches, que es cuando más se escucha—. Quisiera una prisión convencional con muros donde pintar rayas para contar los días, en vez de esperar inútilmente a que tu perfume se despegue de mi piel.

Intento cavar un túnel de escape bajo las sábanas, hacer como si no existieras, y fingir que la oscuridad es suficiente para no pensar en tí. Pero justo en ese instante te despiertas y sonríes. Me dices que me soñaste solo, caminando en un desierto…

Zen

Un turista llega a un templo budista, y ve a uno de los monjes sujetando un cerillo encendido. El cerillo se consume rápidamente, pero el monje no lo suelta. Finalmente, el monje se quema, y deja caer el cerillo. Chupa sus dedos para mitigar el dolor. El turista intrigado pregunta ¿por qué has hecho eso? El monje responde de mala gana: ¿A tí qué te importa? Y se retira.

Tanto el turista como el lector de esta anécdota, seguramente esperaban una respuesta llena de sabiduría, con alguna enseñanza para reflexionar, y todo lo que suele ocurrir con las historias que incluyen monjes, templos, paisajes naturales, sucesos aleccionadores y demás. Pero no fue así.

Sin palabras.

Me gusta cuando dices que me amas,
porque sé que no lo dices convencida.
Me gusta cuando dices que me odias,
porque sé qué tanto odias no poder estar conmigo.
Me gusta que me digas que me extrañas,
porque es entonces cuando más cerca me tienes.
Me gusta que me ignores cuando amanezco a tu lado,
porque sé que nunca me amas tanto
como cuando no me dices nada.