Notas

Estoy furioso. Encabronado. Resentido. Siento una mezcla tremenda de rabia, frustración, ira y ganas de romper cosas. De hacer cosas violentas. De tomar el auto y estrellarme contra algo. De arremeter a puñetazos contra lo que sea. TENGO UNAS PINCHES GANAS PENDEJAS DE MENTAR MADRES Y MANDAR A TODO EL MUNDO A LA CHINGADA. Estoy que aúllo de cólera. Necesito calmarme. Pero no quiero. De verdad no quiero. Estoy llegando a mis límites. Estoy hasta la madre de sentirme vulnerable, y que abusen de mí y de mi mesura. ESTOY HASTA LA PUTA MADRE de sentirme como me siento. Escribir aquí es mi último reducto. Ojalá que no me encuentren los botones. Porque estoy a milímetros de reventar.

Post-it

Llevo todo el día acordándome. Y pues nada. Eso es toda la entrada.

Muros

El rencor es útil, porque de otra forma, las personas que nos han hecho daño se habrán salido con la suya.

Esta fue una frase mía de cabecera, una trinchera de significados que utilicé durante mucho tiempo. Solía ser mi pretexto favorito, mi lugar seguro.  Este blog también lo fue. En los casi 10 años que llevo escribiendo en él, nadie nunca se atrevió a reclamarme nada de lo aquí escrito.

No es fácil ser un animal de mi tamaño y dimensiones. Uno aprende a medirse ante el mundo. Aprendes a agacharte, a doblar las rodillas, a todos los matices de no caber. A que si te relajas demasiado, rompes sillas, bancos, mesas, y todo lo que está a tu alrededor. También aprendes, a la mala, a mesurar tu enojo, tu rabia, tu ira, tu furia. Aprendes que si la dejas libre, los destrozos pueden ser cuantiosos y significativos. Entonces aprendes a guardarte cosas, y luego a ver cómo carajo te las sacas. Justo ahí es donde germinan los rencores.

Rupestre

Arrancarse a las personas no es tarea sencilla. Hay que ver si la piel alrededor ya está muerta, o todavía palpita. De las que además echaron raíces, ni hablamos. Uno nunca sabe qué tan dentro están hasta que faltan. Uno puede recorrer sus cavernas interiores tanto como quiera, sólo para ver el petroglifo de todos los adioses que quedaron sin tocarse y pasar los dedos por las huellas rupestres de la memoria. Hay una parte de mí que se está muriendo en este momento, y también quiero creer que ese duelo es parte de crecer. Sigo llevándole flores cada tanto. Quiero que cuando el resto de mí muera conmigo esos pedacitos estén ahí, y podamos contarnos alguna historia que nos haga sonreír.

Ontologías

Soy un cabrón. Mentiroso, abusivo, cobarde y elocuente. Soy como mi padre, el que ni siquiera conozco, pero arrastro en los genes su indolencia. Soy ególatra y pusilánime, tibio e incongruente. Comodino, hosco, sordo y desatento. Soy un odre de palabras huecas y bonitas. Una bestia tosca que necesita que le pongan límites de manera violenta y destemplada, un barril atiborrado de deudas morales impagables y confianzas traicionadas.

Y te amo. Debajo, a merced, a la par, a pesar y a saber de todo esto.

Onírica (2)

Te soñé frente a un piano de cola, de esos que salen en las películas de romance. Pero no era un salón vacío, ni se adivinaban velas o candelabros cerca. Tampoco había carmines, bermellones, granates, escarlatas o bordós en el ambiente. Pienso que quizá ni siquiera había sonido, o que éste estaba debajo de mi atención dirigiéndose a la tuya. Vacilando me acerqué, y pude ver que en realidad escribías algo en una máquina de escribir turquesa. Y que el resto de la escena tenía un tenue matiz a ese color. Llevabas una mascada alrededor del cuello, y yo tomaba asiento frente a ti, al otro lado del piano que para ese momento ya había perdido la cola. Recuerdo haberte contemplado absorto, mientras ahora sí sonaba la llovizna de las letras escapando de tus dedos.

Entonces me miraste y desperté con sobresalto. Otra vez te fuiste sin que me haya dado tiempo de decirte nada. Creo que debe haber una razón por la que los sueños se escriben en pasado participio.