Unicornios

—Por favor, dibújame un unicornio.

Intenté todo lo que mi habilidad me permitió; desde lo más figurativo hasta lo más abstracto. Incluso el viejo truco de la caja con agujeros que tan bien le funcionó a Antoine De Saint-Exúpery. Pero ninguno de mis dibujos la satisfizo, y yo comencé a impacientarme. Me miró con compasión y fue a buscar en su caja de juguetes. Regresó con un rinoceronte que colocó suavemente sobre la palma de mi mano.

—Para que nunca se te olvide cómo son los unicornios, papi— dijo, al tiempo que empujó dulcemente mis dedos para cerrarme la mano. Me dio un beso en la mejilla y se fue a saltar la cuerda, mientras me quedé reflexionando acerca de lo poco que conozco sobre zoología quimérica.