Tenía muchas ganas de llorar. De nuevo las cosas no habían salido como yo esperaba; en esa ocasión en particular, me sentía abatido más por la frecuencia que por la potencia de aquello que me causaba el llanto. Instalado en el drama y con pensamientos difusos, de pronto comencé a prestarle atención a la música de violines (imprescindible en toda escena de depresión estándar) que se escuchaba de fondo.
—¿Eso que tocas es de Beethoven?— pregunté en voz alta. Greta no contestó.
Tampoco es que fuera relevante. Disto mucho de ser un experto en música, menos aún si se trata de violín; de hecho, si alguien me tomara por sorpresa, en la calle y me preguntara "Menciona un violinista famoso", sin duda el primer nombre que arrojaría sería el de Lazlo Lozla. Resolví que lo mejor era mantener la boca cerrada, y me acerqué un poco para escuchar mejor.