Versiones

La verdad no puede tener amantes. Es demasiado cruel para retenerlos. Yo soy amante de la mentira. La mentira es el sueño, la poesía, el arte [...] Yo vivo con las verdades indispensables. Pero moriría si no pudiera imaginar mis adoradas mentiras.

-Abel Quezada, cazador de musas.


Y cuando con su dulce engaño llegan, tienen poder sobre todas las cosas. A veces se quedan un momento; a veces se marchan con la misma fugacidad con la que aparecieron. Pueden venir en momentos seguidos, pueden abandonarme por semanas. Estos últimos días, se vienen posando sobre mis cuadernos de dibujo, y me sonríen con una canción sediciosa. Y mientras acomodan su cabello y retozan en mi fascinación, me ofrecen una visión de la realidad que se siente como una versión acústica de el mejor de los mundos imposibles.

Inequívoca, roza mi espalda con el dedo para que yo advierta su presencia. Me ha reconocido; me vuelvo apresuradamente para cerciorarme que no ha desaparecido. Me mira con esos ojos azul profundo, y me sonríe. —Pensé que tardarías un poco más en llegar, añade...

2 de octubre.

—¿Olimpia? No, es Olivia, ¿no? Olimpia es una ciudad de Grecia, Olimpia es el nombre del batallón paramilitar del 68. No, es en serio. Es Olimpia, quien con una sonrisa, se esmera cada vez en que la espuma de la cerveza que sirve, quede lo más delgada posible. La noche cae tranquila sobre la terraza y la tenue luz de las velas ilumina lo indispensable como para que el entorno desenfocado se sienta sutil y grato. Incluso vendedores y músicos ambulantes llegan a pasar desapercibidos.

Propiamente dicha, la historia comienza el martes a mediodía. Con una conversación de apenas par de líneas casuales, apenas indispensables. Sin embargo, la elaborada ocurrencia sobre la tergiversación dolosa del título de esta entrada comienza por la mañana, cuando burócratas de menor ralea buscaban la lista que da testimonio administrativo de su llegada a un nuevo día laborable. —¡Uta! No está; hay que ir firmando en una hoja blanca, ¿no? ¡No vaya a ser el diablo! Veamos. Hoy es... hoy es... hoy es dos de octubre no se olvida, ¿cierto? ¡Porque casi lo olvidaba!

Smaug y Alicia

—¿Y este dragón?—, preguntó la pequeña Alicia, sacudiendo con el antebrazo el polvo de una pieza que había hecho hace algún tiempo, y que casualmente apareció mientras me ayudaba a reorganizar los estantes con pinturas, estiques, pinceles y accesorios varios.

Es Smaug; sin duda, el favorito de mis mostros. Omnipresente, recurrente y seguro de sí mismo; sabía perfectamente cómo convertir el espacio en una parábola para arrastrarlo todo hacia sí, el punto más débil dónde tocar para tirar abajo cualquier fortaleza, cómo causar un incendio dantesco exhalando una llamarada mínima. Invencible, infranqueable. Siempre un paso adelante de todo intento por vencerlo, siempre invulnerable a todo ataque conocido. Fascinante, de verdad.

—Pero, ¿un dragón?— interrumpe Alicia. —Nunca han sido tus criaturas favoritas; o al menos no que yo sepa. ¿Cómo fue que éste sí lo consiguió?

La verdad es que a mí tampoco me llamaban mucho la atención. Encontraba aburridas e innecesariamente largas todas esas historias de lugares y seres fantásticos con nombres raros, edades inverosímiles, y rivalidades de casta antiquísimas. Pero casualmente me enteré de que Smaug guardaba celosamente un secreto. Intenté descubrirlo, y casi sin darme cuenta, se volvió una suerte de desafío. Pero siempre terminó siendo más difícil de lo que creí. Fracasé recurrentemente intentando desde lo ridículamente básico, hasta lo jodidamente complejo; incluso en aquellos momentos en donde pensaba en renunciar, se paseaba desafiante, por el borde del hechizo que le protegía. Me hacía creer que ahora sí, estaba a mi merced. —Venga. Una más. Esta es la ocasión que esperaba; nada puede fallar ahora. Una y mil veces me hacía esa finta, mil veces y dos más, me la tragaba. Alicia escuchaba con atención, y me sirvió otra taza de té. Así que proseguí con mi relato...