Tenía un nombre

Tuve esta entrada mucho tiempo atrorada en la punta de mis dedos. Alegaban estar entumidos cuando hacía frío, pegajosos y erráticos cuando hacía calor. Unas veces flojos y otras demasiado tensos; como una cuerda de guitarra que se niega a vibrar su LA correcto. Como esos brotes en las ramas taladas de los árboles urbanos que no alcanzaron nunca a abrirse paso.

Confié en que sería algo transitorio hasta que mis palabras más corrientes comenzaron a trabárseme también; aquellas que uso para cumplir en el trabajo o para comunicarme en el mercado dejaron de fluir con libertad. Entonces esta entrada comenzó a oler a podrido en el tintero. Comenzó a contaminar las otras cosas que escribo, comenzó a expandir su podredumbre por el resto de mis hilos narrativos.

No fue fácil omitir los eufemismos que quedaron tan rasgados del periplo que fue llegar hasta las cosas que debiste haberme dicho mucho antes. Mis analogías se volvieron otra vez un laberinto, aunque ya sin la custodia de la bestia de mi rabia contenida. Casi tuve éxito en eso de fingir que de verdad fuiste algo que nunca sucedió. El problema fueron todas esas palabras que se me quedaron con tu nombre escrito en el reverso.

Naufragios

Quizá hasta podríamos despojar a los fantasmas de sus sábanas para usarlas como velas que nos salven del naufragio silencioso donde estamos. El horizonte que miramos cada uno desde su ventana sigue allí y se resiste a envejecer como nosotros.