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Hay días en los que me pongo francamente pesimista. No, no; no hablo de ese pesimismo enconado, de cuando todo luce negro, la desesperanza es el pan de cada día, y uno tiene ganas de mandarlo todo al diablo. Tampoco es ese pesimismo 'light', como cuando la selección nacional pierde y compromete su calificación al torneo que sea, o como cuando ocurren cualesquiera de las leyes de Murphy para casos cotidianos...

Ese gris pesimismo intermedio, que es más inflexivo que depresivo, tiene la tremenda capacidad de mantener mis estados de ánimo girando; esa botellita encorchada que son mis ganas de creer, que flota pacientemente sobre el inquieto mar de dudas sigue por allí, en algún sitio, esperando a que el mensaje de auxilio que contiene llegue a buen destino. Claro que hay días en los que con lo agitado del mar, resulta impensable concentrarse en esas cosas; pero siempre sobreviene el pesimismo de ¿Y si las olas con su furia terminan por romperla, terminan por ahogarla, o la retienen allí, en uno de sus múltiples e impredecibles remolinos? También hay días en los que, con un buen viento y una corriente favorable, todo hace suponer que el destino será venturoso, aunque esos días suelen durar poco. Y luego viene la calma. Una inquietante calma, en donde el mar es sólo una línea recta sobre el horizonte, y me hace preguntarme si no es que acaso un día se detenga por completo, y retenga el mensaje para siempre; que esa botella flotando enmedio de la nada, invisible hasta para el satélite de Google maps, se quede allí, o que un buen día la corriente la mande de vuelta, y se sorprenda de encontrarme con una larga barba cana, y con mis ansias tan luídas como mis harapos.

Amén de los caprichos de la furia y de la calma, del viaje y el retorno, mis ganas de creer siguen allí; a flote. El pesimismo podrá intentar tragárselas, podrá arrojarlas a una costa desconocida e inesperada, podrá retenerlas casi tan eternamente como prefiera, o podrá seguirlas manteniendo en el viaje; puede agitarlas tanto como quiera, incluso sólo por impotencia al no poder hundirlas. Son tan tuyas como el resto del amor que te tengo, y por eso las puse en una botella; puede pasar todo eso que pesimistamente te describo, puede pasar que un día las encuentres, y las vuelvas tuyas, o quizá que incluso las encuentres, pero que nunca te decidas a quitarles el corcho y sacarlas de allí. Al ocaso, el mar se traga al sol, y me cuesta distinguir si las estrellas se ríen conmigo, o de mí. El naufragio es una cosa un poco más complicada de lo que parece.

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