Cenizas

Si has construido un castillo en el aire, no has perdido el tiempo, es allí donde debería estar; ahora debes construir los cimientos debajo de él.

—George Bernand Shaw


Dubitativo sobre si poner una cita de Jaime López, o una de George Bernand Shaw (y dado que ya volví de iniciar las entradas así una costumbre a la que no planeo renunciar en el corto plazo), quise navegar el camino de las ilusiones haciendo equilibrios sobre una tabla de racionalismo que de momento no poseo. Pero siendo este un sitio donde me permito cualquier clase de ficciones, aquí voy de nuevo...



Habiendo casi por completo abandonado la imagen de los castillos por su evidente relación con cuentos de dragones que me ignoran y princesas que se peinan, estaba mirando cómo las cenizas de una hoguera — hasta hace poco débil, pero no del todo extinta—, comienzan a levantar el vuelo al menor soplo del viento. Se han vuelto ligeras, y mientras se pierden en el espacio describiendo caprichosos espirales, van dejando al descubierto el agobiante vacío en los cimientos del palacio de mis intenciones.

Por un momento, quise pensar que realmente nunca hubo nada; supuse que, si a la mente le basta el aire para edificar un castillo, al corazón también le es suficiente para encender una llama. La arquitectura del vacío es omnipresente, tanto como la química de la combustión inexorable; el castillo quedó en el espacio de lo irreal, y el fuego purificador consumió lo que pudo haber estado debajo. Quisiera despertar y que el dragón siguiera con su fuego abrasador, en vez de este tibio resoplido —que como sol de invierno no calienta pero a cambio quema. Desafortunadamente, la vida no es como la narra Monterroso.

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