Madre, sólo hay una. (A veces 2)

Sin ninguna duda, mi madre es una gran persona. Lamentablemente, y en mi papel de hijo ingrato, pudo haberme tocado la tediosa tarea de recuperar todo su anecdotario de una máquina que corre Windows 95 (Sistema operativo que en realidad no creo que exista; estoy convencido de que sólo es un cuento para asustar a los desarrolladores cuando algo no les sale). Reconociendo con algo de vergüenza que fue en una actitud de ah, cómo jeringas, le sugerí que se abriera un blog. Mala idea...


Sí, me salvé de ayudarle en todas las cuestiones relativas a la informática, pero por la facilidad que dan los clicks, ahora no me salvo de leerla. Que mi madre era una ejecutiva exitosa, a la que de pronto le cayeron los años, y se tuvo que volver mamá, y tuvo que superar uno de sus grandes miedos: la cocina. Ahora, ya no le tiene miedo a la cocina: ¡La cocina es la que lanza un grito de terror cada vez que ella aparece! *si alguien la conoce y lee esto, negaré el haberlo dicho. Empero, siempre le he admirado y envidiado tanto su optimismo como lo mucho que ha aprendido a quererse. Leo su entrada, y casi me compro su recorrido por la intuición que ha adquirido para mezclar sabores, para armonizar texturas, para darle color a... coño, que yo también ví Ratatouille, ¿eh? Pero nop. Lo culinario no es uno de los talentos de mi madre.

Hasta aquí, yo de mal hijo, criticándole con una acidez y un mal gusto que podría resultar hasta molesto. Sin embargo, estamos a mano. Ella no ha dejado de cocinar, y yo no he dejado de escribir a pesar de que no son nuestros mayores talentos. También es que hace ya hace casi década y media desde que dejé de vivir con ella, y a veces nos cuesta entendernos. Discutimos demasiado. Pero, preferimos ser disfuncionales que distantes. Si Jesús aguantó vivir con su madre hasta los 30, es porque sin duda, ésta era una santa. Pero hace ya más de dos mil años de eso. :)

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