Penélope y Euménides.


En efecto, el odio es un licor precioso, un veneno más caro que el de los Borgia, pues está hecho con nuestra sangre, nuestra salud, nuestro sueño ¡y los dos tercios de nuestro amor! ¡Hay que guardarlo avaramente!

—Charles Baudelaire

El odio no es algo que uno simplemente decida; es más bien algo que ocurre. Y de todas maneras, hay que decidir qué hacer con él. Si alimentarlo lentamente, cual cerdo en engorda, para que se haga más grande. Si como quien alimenta una hoguera, atizándole y buscando avivar las llamas del fuego purificador; si como quien lo conserva en una pecera, en su propio medio, aislado por sus cristales, y para su posterior contemplación...


Penélope mira el noticiario local, pero no puede apartar su mente del teléfono que impávido pernocta sobre el buró. Euménides puede llamar de un momento a otro, y no por esperada, la catarsis telefónica en forma de sonoro 'ring' no le evitará el sobresalto. Casi quisiera no estar allí, mirando el reloj, ensordecida por un silencio que ni la monótona voz de la chica que da el pronóstico del tiempo en la televisión es capaz de alterar. Su mirada se pierde en la lejanía, y casi se adivina su deseo de irse con ella. Todo permanece tal cual está: la ropa colgada descuidadamente sobre el perchero, la envoltura de chocolate del día anterior sobre el tocador, la botella de agua a la mitad, los lápices y los papeles con los mismos bosquejos sin terminar, los mismos muros tiroleados, la misma cortina, incluso pareciera respirar el mismo aire del día anterior, y todas las otras señales, pequeñas o grandes, que sigilosamente la hacen advertir que el mundo se ha detenido por completo.

El tiempo, efectivamente parece algo muy ajeno, quizá inexistente en ese pequeño reducto, y Penélope busca algo en qué entretener su mente. Pero para estas horas, ha avanzado ya más de 300 páginas del enorme libro que optó por leer, ha agotado sus ganas de bosquejar compulsivamente cualquier cosa que le viene a la mente, y el mundo exterior es un desierto hostil, en donde las dunas van de un lado a otro, donde el sol arrecia con una brutalidad indiferente, y en donde no hay dónde posar la mirada. Hacia arriba sol, hacia abajo asfalto hirviente, y hacia ningún lugar alrededor hay nada siquiera que rompa la monotonía. Otra vez mira el reloj, e incluso le parece que las manecillas se burlan de ella, como diciéndole —no, no han pasado ni cinco minutos desde que miraste la última vez. Incluso, se da una ducha, se relaja un poco. El agua caliente cae sobre su espina dorsal, y le relaja un poco los músculos. Pero en ese momento, sus pensamientos siguen tan nublados como el cuarto lleno de vapor, y tampoco es que haya conseguido despejarse.

Por fin, el teléfono suena, y el corazón le da el mismo vuelco de siempre.
—Hola!
—Hola, Euménides. ¿Cómo estás? Bien, bien. Aquí, ocupándome de algunos pendientes.

La conversación transcurre sin aparentes contratiempos, pero Penélope está cada vez más impaciente. —¿Vas a venir? balbucea al fin, pero Euménides sigue con su discurso, como si no hubiera escuchado la pregunta, aunque tampoco esquivando dar una respuesta; —¿Sabes? hoy tengo un día muy complicado, tal vez después. ¿Te acuerdas de eso que te conté el otro día? Pues resulta que uno de mis tíos finalmente optó por hacer lo que tenía pensado, y demás. Penélope escucha con atención, pero no puede sino dejar escapar un suspiro. El tiempo transcurre tan lento como antes, hasta que en la irremediabilidad de lo cotidiano, la conversación termina con un 'te llamo luego". En el auricular sólo se escucha 'bip bip bip bip', y Penélope permanece tendida en la cama boca arriba, sumida en reflexiones y con su cuerpo estorbándole más de lo que debería.


Penélope no es precisamente una persona sociable. Aún a ratos, se preguntaba cómo es que se había inscrito en aquel club donde conoció a Euménides; recordaba también con gracia como en un principio no se llevaban bien, guiados simplemente por lo que cada uno proyectaba. Y cómo casualmente fueron coincidiendo, cómo casualmente fueron encontrando cosas en común, y cómo las cosas fueron tomando un rumbo medio inesperado. Pero no nos adelantemos.

[continuará...] o más bien: [pronto terminaré de escribir...] xD

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