Polares baldíos

Mirando a través de la ventanilla del avión, con tiempo de sobra para reflexionar sobre cuestiones vagas y de poca trascendencia, y a sabiendas de que es común que ganando altura sea mucho más notorio lo pequeño que se es, pensaba en aquella adivinanza geográfica: Un hombre, camina 5 kms hacia el sur; camina 5 al oriente, mata a un oso, camina otros 5 hacia el norte, y vuelve al punto de partida. Cuando uno ha escuchado por primera vez el epígrafe ¿de qué color era el oso? sabe de antemano que algo en todo eso no puede ser normal...




Supuse —y para no variar supuse mal—, que bastaba con llevarme algo que leer, para evitar ser presa de disertaciones tan inútiles como la que acabo de describir. Pensé primero, en que si el involuntario protagonista de la adivinanza, hubiera caminado primero hacia el norte, probablemente la desafortunada víctima habría sido un pingüino y no un oso. Quizá no habría tenido que matarlo, pues —a diferencia del ejemplo septentrional, en donde el no acabar con el úrsido nos lleva a recovecos de pensamiento todavía más inútiles para propósitos del pasatiempo original—, el ave del ártico no parece ser una amenaza; sin embargo, no hay pingüinos de colores, y esto no es bueno para la redacción y finalidad educativa de la adivinanza, por lo que no, no hay duda: gana el oso por pura gama cromática.

Si los osos polares no comen pingüinos, además debido a una mera disparidad geográfica (cuya explicación seguramente estará en wikipedia, o en algún documental de National Geographic, o Greenpeace, o todas las anteriores), también es porque los osos blancos llegaron allí, se adaptaron al clima, se deshicieron de sus ocres otoñales, de sus pardos y castaños, y se hicieron blancos. Se volvieron, digámoslo así, escribibles. Los pingüinos, en cambio, ya estaban allí. No tuvieron que atravesar heladas, no tuvieron que adolescer los pormenores de algún periplo que les compensara con adaptabilidad a largo plazo, y se quedaron así: en blanco y negro. Sin temor a ninguna adversidad que les obligara a mudarse, a mutarse, a reaccionar. Pero entonces ¿Por qué los osos polares no comen pingüinos?

No sé de ningún oso que se haya quedado a vivir en el polo sur. Sé de uno que conocía la pregunta, tuvo la inquietud de acudir, sobrevivió al recorrido, y de pronto se vio ante un blanco infinito de nieve; presas del pánico, los pingüinos no se quisieron quedar a averigüar los motivos de la visita de aquel mamífero gigantesco, y decidieron esconderse. Nuestro oso se devolvió a donde pertenecía algo decepcionado; con la satisfacción de haber llegado tan lejos, pero con el tremendo sinsabor de quedarse sumido en reflexiones; si es que en realidad los pingüinos existen, o simplemente son seres imaginarios en blanco y negro. Como sea, hay criaturas que no fueron hechas para estar juntas. El oso yace boca arriba sobre el nevado paisaje del polo norte, y sabe que en cualquier momento, puede llegar alguen suficientemente cansado y malhumorado de andar 5 kilómetros sobre el terreno helado y hostil, como para no pensarse mucho qué hacer con la escopeta que lleva a cuestas, y darle algo de dramatismo a una adivinanza que enseña geografía, y que seguramente todos conocen y a nadie importa.

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