Lecturas

El paraíso, lo prefiero por el clima; el infierno, por la compañía.

—Mark Twain



Quisiera creer que los monstruos no tienen dos cabezas, sino que simplemente son duales, como una forma metodista de alcanzar el equilbrio. Y es que ni siquiera mis mounstros son perfectos. Todos ellos guardan para sí una parte de ese misterio, que lejos de reducirles su ontológica mostrosidad, dejan con la precaria sensación de que tienen un motivo desconocido para hacer las cosas.




A veces, prefiero creer que gustan de deambular por los pasillos, más vagando ociosamente, que buscando cumplir su función inflexiva de tormento sartriano. Vulgo, de vez en cuando se toman un descanso, y no por eso dejan de ser ellos mismos, dejan de ser parte del imaginario donde transitan, o dejan su deber diario de infringirme algún castigo, merecido o no. El dragón estaba leyéndose algo de las brujas, de Paulo Coelho. Medio confundido, supuse que debería tener motivo para hacerlo a pesar de que como regla general, rechaza todos aquellos libros en cuya tapa aparece más grande el nombre del autor que el título de la obra. Creo también que no leía desde aquella vez que presa de un resfriado, estornudaba y quemaba cada volumen que se acercaba. Fingía no importarle, pero sé en mi fuero interno que algún día volverá a la parte donde el Doctor se queda ciego, en el ensayo de Saramago, y continuará su absorta lectura.

Quien no ha escuchado respirar pesadamente a un dragón, creerá que una motosierra o un Harley con el escape recortado son lo más ruidoso que ha escuchado. Y no estará lejos de la verdad; a mí, las primeras veces, me parecía absolutamente infernal: No sólo no me dejaba concentrarme, sino parecía aumentar dolosamente su volumen apenas podía dejar de pensar en ello. Luego, a fuerza de costumbre fue perdiendo importancia. De cualquier forma, su ruidosa apacibilidad no hace más que confirmarme que allí sigue, y que por el momento no pretende torturarme con su irritante sentido del humor. ¡Parece ahora tan absorto! Es una oportunidad perfecta. Podría escapar, podría al fin liberarme de él, aprovechando su evidente distracción. Para cuando note mi ausencia, seguramente estaré a bastantes kilómetros de distancia como para que sus llamas puedan alcanzarme. Empero, sólo atino a ir a la cocina, y de allí al estante. Vacilando, al final me tiro junto a él a leer un buen libro. El dragón ha conseguido su propósito. No quiero apartar la vista del tomo que acabo de abrir, pero aún sin mirarlo, puedo notar un casi imperceptible gesto suyo. Lacónico, satisfecho, sarcástico, no estoy seguro. Todo lo que sé, es que sonríe.

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