Encuentros

Nunca me gustó borrar las cosas. Hablo de historiales, de recuerdos, de las cosas que parecen triviales, pero que sin ellas es difícil comprender la narrativa de las cosas que creíamos olvidadas. Es cierto que guardarlas lleva el riesgo de que se vuelvan horrocruxes o cajitas de Pandora, pero uno nunca sabe cuándo esos testimonios cotidianos puedan convertirse en la argamasa indispensable del collage de la memoria.

Leo al tipo que comenzó esta bitácora, y todavía me reconozco. También miro a sus monstruos y temores, y noto cómo aprendió a vivir con ellos, a incluirlos a su sobremesa, a subirlos a su cama para que no pasaran frío. Noto cómo supo asirse a los pedazos más grandes que quedaron luego del naufragio, y hacer de ello un archipiélago en el que siempre cupo una ciudad. Pero lo que más me gusta que aprendió en estos años, es a no esconderse tras lo que le cabe a las palabras.

Siempre pensé que, si un día hacía de nuevo un viaje como el que hice, sería para estar en paz con la memoria; para reconciliar cualquier fragmento de pasado que hubiera quedado suelto, para celebrar el cierre definitivo de la herida primigenia, para no ahogarme en la arena del reloj que se detuvo, qué sé yo. Para llegar al otro lado de la metáfora que tanto tiempo me protegió de la intemperie emocional.

No tenía presupuestado que todo eso que yo creía pasado estaría no sólo tan vivo como siempre, sino más fresco, más maduro y más entero que cuando fui a buscarlo por primera vez. No se me ocurrió que habrían brotado flores sobre todo eso que yo di por enterrado. Siempre pensé que el desierto era un lugar hostil, y hasta hace poco me explicaron que tiene agua debajo, que canta en las noches, y que se queda con tus huellas mucho más tiempo que cualquier otra superficie. Que te deja dibujar sobre la arena, y que siempre tiene páginas para escribirse.

Tengo muchas ganas de celebrar que el amor puede más que la memoria. Que hay recuerdos que atraviesan los silencios, que quedan muchas memorias todavía por usar. Tengo ganas de ir con mi yo de hace diez años, abrazarlo, invitarle una cerveza, y decirle que aunque lo pendejo no se nos quita nunca, hay muchas razones para sentirnos orgullosos de nosotros. :)


0 comentarios: