Muros

El rencor es útil, porque de otra forma, las personas que nos han hecho daño se habrán salido con la suya.

Esta fue una frase mía de cabecera, una trinchera de significados que utilicé durante mucho tiempo. Solía ser mi pretexto favorito, mi lugar seguro.  Este blog también lo fue. En los casi 10 años que llevo escribiendo en él, nadie nunca se atrevió a reclamarme nada de lo aquí escrito.

No es fácil ser un animal de mi tamaño y dimensiones. Uno aprende a medirse ante el mundo. Aprendes a agacharte, a doblar las rodillas, a todos los matices de no caber. A que si te relajas demasiado, rompes sillas, bancos, mesas, y todo lo que está a tu alrededor. También aprendes, a la mala, a mesurar tu enojo, tu rabia, tu ira, tu furia. Aprendes que si la dejas libre, los destrozos pueden ser cuantiosos y significativos. Entonces aprendes a guardarte cosas, y luego a ver cómo carajo te las sacas. Justo ahí es donde germinan los rencores.

A veces tiemblo mientras aprieto puños y dientes. Me sacudo, me estremezco. Me muerdo las uñas, escondo la cara en las manos. Golpeo las paredes o arremeto contra objetos que no puedo dañar. Entonces me sangran los nudillos y tengo al fin un poco de la paz que necesito. No siempre tengo oportunidad de ello. En más de una ocasión, he debido quedarme con la frustración atorada en el pecho. Porque las personas que me lastimaron —o todavía me lastiman— me importan lo bastante como para no querer lastimarlas yo también. Es una opresión con la que me es muy difícil lidiar. Eso es de lo que se alimentan los rencores.

He vivido lo bastante para saber cómo funciona esto. De algún modo, algunas de las personas con las que he necesitado resolver mi frustración, han sabido levantar muros (de distancia o de silencio) alrededor suyo, y con ello consiguieron que yo me sintiera anulado y desvalido. No encuentro todavía la manera de atravesarlos. Las veces que me pasó, sólo me quedaba renunciar, o esperar a que se abriera alguna puerta. Sobre esos muros creció la hiedra de todos mis rencores.

En ocasiones, luego de días, meses, o incluso años, las personas detrás de todo esto eligieron abrir la puerta. Unas sólo para hacerme saber que seguían detrás, otras para invitarme —con todas las precauciones— a pasar. También hubo quienes levantaron dicho muro para no dejarme ver cómo se iban para siempre. Desde luego, nunca fui la víctima inocente. Suelo ser respetuoso con los límites, pero los muros son una declaración de territorio que me mata de la ansiedad y de la rabia. Esto ocurre cuando no alcanzo a comprender las razones de su edificación. Cuando he sentido invalidadas las razones de mi frustración o de mi enojo. Cuando los he sentido injustos, arbitrarios, y contrarios a mi capacidad de mesurarme.

Esta bitácora está por cumplir sus diez primeros años, y no tengo planeado abandonarla. Tampoco seguir escondiendo mis palabras detrás de analogías abigarradas y metáforas pendejas. Hace ya algún tiempo convine que este no era mi lugar para escribir bonito, sino para sentirme seguro. Si la tengo colgada en internet es por razones prácticas y porque algunos sentimientos necesitan la intemperie para hacerse fuertes. Los mundos interiores pueden ser lo mismo un cobijo que una trampa. No quiero ver de nuevo a mis expectativas malogradas convertirse en un zarzal de rencores irresueltos. Esta vez tengo planeado hacerme cargo.


2 comentarios:

Armando Colina dijo...

Te lo aplaudo, me gusta leerte desde hace tiempo no recuerdo desde cuando, pero si doy gracias por haber encontrado este blog.

Genrus dijo...

Este blog es lo más aleatorio que tengo, pero sigo viniendo a él cada vez que lo necesito. No deja de resultarme extraño encontrarme personas por aquí. Muchas gracias por leer.