Un lugar

A veces tengo ganas de guardarte en un lugar cálido de mi memoria. Pienso que ahí estarás bien, a salvo de todas las aristas y asperezas que involucra el tedio de lo cotidiano. Pero luego pienso que quizá no te sentirás tan cómoda. Que quizá sea demasiado calor, que el bochorno haga que abras las ventanas y por ahí se fuguen hasta las cosas que había estado guardando para mí.

Se me ocurre también que podría intentar el frío del olvido. Ahí las cosas pueden conservarse por tiempo indefinido, aunque se vuelvan duras y parezcan diferentes. El problema es que de una u otra forma vuelven. Y podrían pillarnos siendo otros y tal vez ya no nos reconozcan.

Desde luego, también pensé en la posibilidad de dejarte vagar a tus anchas por mi cabeza. De cualquier manera estás en tantas formas, que es inútil pretender que conserves un lugar en especial. Que no dejes rastro, que no desordenes todas las ideas y pensamientos que yo ya daba como hechos. Que no me cambies el sentido, que no tenga que dibujar un croquis para no perderme entre todo lo que me volví desde que tú.

Tengo ganas de guardarte como si pudiera. Como si la memoria fuera una hoja en blanco. Como quien elige qué es lo que se escribe. Como si los sueños se trataran de lo que uno quiere y no de lo que uno es. Como si supiéramos qué hacer con cada parte de ti que se quedó conmigo y viceversa. Como si no supiéramos que hasta para la eternidad hay siempre una primera vez.

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