Moebius

Primero estuve temeroso de cruzar la frontera de los nombres. Mis monstruos siempre lo han tenido, y si nunca mencioné el de ninguno, fue porque nada me habría hecho sentir más vulnerable: por paradójico que parezca, internet es un lugar sorprendentemente pequeño.

Todos los pretextos que ocupé anteriormente al escribir se han agotado. Comencé sin más propósito que desahogarme; luego, pensé en describir mis emociones con la misma intención con la que Hansel y Gretel dejaban migajas para poder encontrar el camino de regreso, o con la de jugar en el futuro al paleontólogo que visita sus propias ruinas para entender un poco de su historia. A fuerza de uso, todas las ambigüedades que surgieron de mis letras fueron confluyendo hasta volverse personajes bastante definidos quienes —como era previsible—, terminaron rebelándose y proclamando su independencia de mí, de mis angustias, frustraciones, obsesiones e ilusiones más arraigadas. La mayoría de ellos se marcharon sin decir adiós siquiera.

Tiempo después, les ha dado por venir a visitarme, y me miran con la misma curiosidad que yo tenía planeada para ellos. Como si me disecaran para estudiarme y obtener sus propias conclusiones. No obstante las madrizas que me llevé, sigo prefiriendo redactar soliloquios en vez de preguntas concretas; sigo teniendo la capacidad de quedarme por horas absorto en el misterio que se asoma a través de una ventanita de internet. Sigo transitando esa cinta de Moebius, que me devuelve siempre al principio. Mis monstruos me miran intrigados. No los culpo. Ellos han cambiado muchísimo. Yo sigo siendo exactamente el mismo.

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