Gourmet

Hubo días que estuve lleno de palabras que he tenido que tragarme y que a veces es difícil digerir. Palabras que estuvieron presas en mi boca y que tuve que ahogar en mi garganta, hasta que las aguas se tornaron serenas. Dejaron de soplar esos 4 vientos a los cuales arrojarlas; las estrellas se volvieron serias y distantes, y estuve demasiado lejos del borde del abismo como para simplemente dejarme caer.

Otros, en cambio, fueron llenos de silencios amarguísimos; estridentes y repletos de todo lo que nos callamos y mentimos, de los vacíos que nos causamos, de la forma en que lentamente erosionamos los pretextos hasta quedar lo suficientemente lejos como para poder jugar a no reconocernos.

No falla que incluso cuando más alegremente veo la primavera, me topo con uno que otro pedacito de desierto, que me sabe como un plato de verduras congeladas. Esta vez no tengo ganas de derretirlas en mi boca. Y por eso me la lleno de palabras, aunque luego me las tenga que tragar de nuevo. Desde luego no quisiera, pero creo que ya estoy acostumbrado.

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