Contraportada

Sabía que al viejo cuaderno le quedaban pocas hojas en blanco, así que las reservé con ánimo de escribir el final del cuento una vez que éste llegara. Pero nunca llegó. Mientras esperaba, me hice de un nuevo cuaderno para utilizar apenas me terminara el anterior. No obstante, empezaron a llegar cosas que no tenían cabida en el viejo, así que las fui bocetando en el nuevo. Para cuando me dí cuenta, el nuevo estaba ya bastante avanzado, así que de una buena vez me quité todas las dudas y tibiezas, y comencé a sobreponerle tinta al lápiz. En todos mis viajes, sin embargo, seguí cargando también con el cuaderno viejo. No quería que el final me tomara por sorpresa, y no tener dónde escribirlo.

Un día, se me olvidó echar en la mochila el cuaderno nuevo, así que durante el viaje se le terminaron las páginas blancas al viejo. El final que fue, quedó escrito en alguna parte hace mucho tiempo, y el espacio reservado para el final que yo quería que fuera, se llenó con tinta de otras voces y otros sueños. Voces que viajan libres sin ondas hertzianas de por medio, sueños erguidos sobre unos preciosos zapatos negros.

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