abr
25
2019

Un lugar en el mundo

Creo que cuando llevas años en el fango, la primera vez que pisas tierra firme lo haces con cierta desconfianza. Llevo días sintiéndome más y más tranquilo. Y quizá ese ha sido mi único mostro de estos días: el que me sugiere que sospeche, que no todo puede estar tan bien, que sin duda algo no tarda en romperse.

Me gusta mucho estar y sentirme en casa. Tengo todavía varios pendientes, pero ninguno es apremiante. A veces pienso que sucedió tan rápido que no me he dado chance de sentarme a disfrutarlo, pero luego de elaborarlo un poco más, noto todo el tiempo (y la chinga) que me tomó llegar a esto. No me gusta pensar que estoy reconstruyéndome, sino más bien que he estado transplantándome. Estas últimas semanas se trataron no sólo de hacerse de un mejor espacio, sino de dejarlo lo bastante grande y sólido como para que todo lo que echa raíz pueda crecer.

Tengo muchas ganas de empezar a construir el mundo. Como siempre, como cada vez que la vida se acomoda. Tengo ganas de escribir y de cantar. De bailar y de hacer todo lo que siempre he hecho con mi tiempo. Tengo al fin un sitio en el que me siento muy seguro y muy tranquilo. Hace no mucho pensaba que hay veces en las que vale más estar tranquilo que ser feliz, pero creo que no me daba cuenta lo mucho que tienen que ver una cosa con la otra. Ya no hace falta recoger migajas, ni soñar en todo eso que sólo ocurría a través de la ventana. Luego de algunos años de sufrir la impermanencia, cada vez me siento más en mi lugar. Y eso me tiene muy satisfecho y muy contento. :)


abr
08
2019

Intuición

A lo largo de esta bitácora, aprendí a conocer a casi todos esos caprichos del inentendimiento a los que cariñosamente llamo mostros. Uno a uno fueron encontrando su lugar en cada cicatriz de la piel de la memoria. Y desde ahí es de donde suelo saludarlos con cariño, como a viejos conocidos. Lo bonito del dolor es que siempre es el mismo, no importa la forma que tome. Por eso es fácil no sólo distinguirlo, sino reconocerse en él y abrazarlo cuando hace falta. Es que —por paradójico que suene— las cosas no terminan cuando dejan de doler, sino cuando duelen como a ti te gusta.

La cosa es que los más recientes días, ha estado conmigo un mostro al que no estoy habituado: uno que me dice que algo estoy omitiendo, que las cosas no pueden estar tan bien como parecen, que la vida es un asunto frágil y que todo por servir se acaba.