Lecturas

A veces leer a las personas duele tanto, que es casi imposible prestarle atención a lo que escriben.

Dicen que escribir sana. O que cuando menos restaña, exorciza, desata. Y yo les creo. Por eso escribo. También dicen que leer nos lleva hacia otros mundos. Que leer es una puerta, una ventana. Que quien lee se sabe acompañado.

Sin embargo, a veces uno lee como quien asiste al colapso de una historia. Se busca con desesperanza —o desesperación— en cada palabra, en cada imagen, en cada espacio que queda entre las letras. Como buscándole el recazo a las palabras, como con ansias de entender el laberinto, como ahogándose en lo exiguo y la aridez de los contextos. Sabiendo que duele mucho más allá de lo que la semántica presenta.

Tiene días que yo ya no puedo más con toda esa lectura. Con todo lo que aplasta en su aparente indiferencia, con todo lo que abruma en su inocente laxitud. Con todos los resabios en las vueltas de página que caen encima de improviso, con todo lo jodido que son las narrativas que de súbito te excluyen. Al final sólo soy un personaje a merced de tu relato. Lo difícil es que sigues sin llevarte tu omnisciencia.

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