De batalla

Otra vez estoy aquí. Solo, frente al teclado, y con todas las ideas hechas un desastre. Huelga decir que últimamente esto me ocurre más seguido de lo que estoy dispuesto a admitir. Los sentimientos joden más que las ideas. Suelen ser más persistentes y menos chapuceros, pero también mucho más renuentes a ser puestos en palabras.

Mucho tiempo me pregunté por qué había dejado de escribir en este blog. No sabía si era que los motivos que me llevaron a abrirlo se habían agotado, o si esa extraña (y a menudo inútil) obsesión mía por mantener mis ideas agrupadas por temas o categorías me había llevado a escribir más en otros lados. Trato de mantener el contenido 'narrativo' en mi blog blanco, cuando me permito ser cursi acudo a Tumblr, si tengo ganas de disfrazar mis pensamientos de aforismos y cortar cada 140 caracteres lo hago en Twitter, e incluso cuando tengo ganas de quejarme de algo sobre la marcha, voy y escribo en esa red casi muerta que es Heello.

Quise borrar este blog más de una vez. Primero, cuando sentí que esto de escribir poco me ayudaba a manejar o a comprender mi confusión; luego, cuando al fin resolví algunos años de frustración que me provocaba una idea (mucho tiempo juré que era una persona, no una idea), supuse que esta bitácora ya no tenía más razón de ser. Pero para entonces ya me había encariñado con ella, así que decidí seguir.



No sé cuántas veces me he dicho que si empecé a usar analogías complicadas o metáforas ridículas (así me lo parecen ahora), fue porque no podía —no quería, no sabía— admitir que todo mi problema tenía un nombre, un apellido, un número telefónico y un lugar preciso en el mapa. No quería ser juzgado, no quería los ojos de ese pueblo tan pequeño que es internet sobre mí. Escribía así para desahogarme, sí. Pero también porque me interesaba que esa persona me leyera, supiera qué carajos pasaba conmigo y pudiera ver un poco el desastre que estaba causando. Todo era erosión aquellos días. Esa historia tuvo un epílogo malísimo —como el de casi todas las historias que merecen la pena contarse—, así que poco a poco fui recuperándome de sus secuelas. Pero en ese tránsito hacia el perdón y hacia el olvido, ocurrió algo que no tenía contemplado: seguía escribiendo con metáforas, seguía tratando de que mis textos «quedaran bonitos».

En ese sentido, Twitter  fue un factor determinante para tenerme lejos de aquí. En el timeline que he construido, la gente valora 3 cosas por encima del resto: la honestidad, el ingenio, y la calidad formal en la expresión escrita. Si encuentras una manera eficiente de transmitir tus ideas y sentimientos, te haces de un buen número de suscriptores. Pero los 140 caracteres son casi un género en esto de escribir. Hay plantillas, hay fórmulas, hay clichés de contexto que todo el mundo (es decir, mi pequeño círculo de conocidos) tiene muy trabajados y sabe bien cómo sacar partido de ellos. El discurso del blog es diametralmente diferente. No tienes límite en la extensión, pero comienzas desde el más desértico de los ceros; aquí hace falta elaborar cada pedacito de contexto que haga falta, y no siempre se tienen ánimos para ello.

Por absurdo que parezca, una cosa es escribir y otra muy distinta hacer un texto. Cuando uno hace un texto, se preocupa por las cosideraciones formales; que si es verso rime, que si es historia cierre; que la analogía frague, que la metáfora cunda. No sé cuántos borradores tengo allí con textos que «no acaban de convencerme». —Aunque nadie venga a leerme, intento ser muy crítico conmigo mismo—, suele ser mi pretexto de batalla. Pamplinas. Escribo para mí porque yo soy el primero que me leo, pero también intento hacerlo bien para ganarme si no el aprecio, cuando menos la empatía de mis otros lectores. Y no lo veo mal, ¿eh? Digo, al final escribir es compartir. La empatía como dividendo es buena, como propósito es bastante lamentable.

Hace 7 años que empecé con este blog, y ya hace mucho que no me pasa por la cabeza la idea de borrarlo. Me gusta escribir, y trato de hacerlo mejor cada día. Seguiré poniendo lo que más me guste en esos lugares que he adoptado como una suerte «puerta del refrigerador». Queda mucho espacio todavía para el ensayo y el error; y en ese proceso, quiero que este siga siendo mi cuaderno de bosquejos y rayones. Mi libreta de batalla. Quiero seguir usándolo sin miedo a equivocarme, sin miedo a que no me queden bien las cosas. Quiero que siga siendo lo que nunca debió dejar de ser, por más que todavía no tenga muy claro lo que es.

1 comentarios:

Verde T dijo...

En este rincón argentino del mundo, hay alguien que tiene su blog archivado en una vieja nota, para volver a leerlo de vez en cuando... Saludos!