Cuentito

—Papá, ¿me cuentas un cuento?
—Hubo una vez un cuento.
—¿Ya? ¡Ay, Papá! ¡Eso no es ni poquito gracioso! Quiero que me digas un cuento.
—¡Pues a eso iba!

Verás; este era un cuento. Todas las mañanas despertaba, se espabilaba un poco las letras; se limpiaba los puntos y las comas, y se peinaba las tildes para que le quedaran parejitas. Una vez limpio y rutilante, se detenía a sentir cómo la historia transcurría dentro de sí; de principio a fin, con todos sus matices, sus vuelcos y sus enseñanzas. Por la noche se ponía la pijama, y se marchaba a dormir para esperar al siguiente día.

—¿Cómo? ¿Este es un cuento sobre un cuento?
—Sí. Te dije que iba a contarte sobre un cuento.
—¡Genial! ¿Y qué pasó después?


Una mañana, a la hora de siempre, el cielo estaba tan nublado y oscuro, que no parecía haber amanecido todavía; así, el cuento —cuyo único reloj era la luz—, seguía profundamente dormido. Aunque alrededor suyo todo parecía en calma, las cosas no eran tan fáciles en su interior. Los personajes comenzaban a preguntarse qué es lo que pasaba con la historia, que simplemente no comenzaba. Esperaron un poco, pero nada. La acción no transcurría como siempre, y comenzaron a sentirse inquietos y nerviosos. —¿Qué vamos a hacer?— se preguntaban impacientes los personajes. Llegado el mediodía, la agitación era tal, que algunos sugerían salir a averiguar qué es lo que ocurría. ¿Salir del cuento? ¡Qué idea más tonta! No, la idea no sólo era tonta, sino peligrosa. ¿Qué iba a pasar allá afuera, en un mundo desconocido? ¿Quién iba a arriesgarse a semejante aventura?

—Yo no—, dijo el Rey (porque había un Rey, pero eso no es lo importante); lo importante es que el Rey, la princesa, el valiente caballero, todos se sentían demasiado importantes como para arriesgarse a semejante empresa. Al final, y tras mucho discutirlo, accedieron tres personajes secundarios. ¡Debían estar algo locos! Reunieron algunos pertrechos, y llegaron hasta la frontera del cuento. A la cuenta de tres, saltaron fuera de él.

Así, llegaron a un sitio mucho muy diferente a lo que estaban acostumbrados. En el cuento había un gran bosque; había ríos, lagos, animales, caballos, y quizá hasta algunos seres fantásticos. Pero afuera era un lugar lúgubre y algo tenebroso. Temerosos, caminaron con sigilo sorteando objetos inusuales y extrañísimos; en un rincón, había un escritorio, y sobre él, algunos papeles arrugados, una botella de vino vacía, una pequeña hoguera de cristal de la que todavía salía un poco de humo, y un extraño artilugio mecánico con muchos botones. Movidos por la curiosidad, intentaron averiguar para qué servía esa cosa.

Pulsaron despacio uno de los botones; un pequeño brazo metálico emergió del interior del aparato. Se asustaron un poco. Lo hicieron de nuevo, esta vez un poco más fuerte; el brazo hizo un pequeño ruido, y dejó pintada sobre el papel una «a» negrísima. Tras unos minutos comprendieron para qué servía el aparato, y comenzaron a escribir. Habituados a su poca relevancia como personajes, quisieron cambiar un poco las cosas; el problema fue que no lograban ponerse de acuerdo: —¡Que sea en un bosque! —¡No, mejor en una playa! —¿Qué tal en una montaña?— Estaban tan animados en eso, que no supusieron que en  el interior del cuento, las cosas comenzaron a ponerse demasiado extrañas; los bosques se inundaban hasta convertirse en playas, a las playas les salían chipotes que se volvían montañas, las casas se volvían castillos, los caballos se volvían perros, ¡todo era un desastre! El caos llegó a tal grado, que el cuento en el que vivían despertó con sobresalto; ¡Esta vez amanecí muy mal! —pensó—, así que se levantó y se marchó.

Los tres personajes se miraron entre sí. —¿Qué vamos a hacer ahora?— se preguntaban atónitos. Primero intentaron encontrar un lugar en otros cuentos. Pero no tuvieron éxito. Todos les cerraban la puerta en las narices: —No, miren; todos nuestros personajes están completos. Enanos sólo pueden ser 7, o tendríamos qué cambiar el título. Y ustedes se imaginarán qué engorroso puede ser el trámite, no, lo siento. —No, mire, en este cuento sólo hay tres cerditos y un lobo, no necesitamos nada más.

—Diablos, Papá ¡Qué mal! ¿Y qué hicieron estos personajes sin su cuento?

Un poco molestos y frustrados por no tener cabida en ningún otro relato, otra vez se acomodaron frente a la máquina de hacer historias, y comenzaron a proponer las situaciones más absurdas que se les iban ocurriendo. Así, si un día alguien despierta convertido en un monstruoso insecto, o al hacerlo un dinosaurio sigue allí sin razón aparente, o simplemente no recuerda el nombre del lugar de La Mancha, no dudes que fue una travesura de alguno de estos tres personajes.

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